El azúcar Un antojo peligroso

Todo comienza con el primer biberón, en ocasiones incluso por indicación médica ante la inquietud, en el primer o segundo día de vida, “el niño no se llena”. Desde ahí entramos en contacto con la dulzura del azúcar (sacarina, sacarosa, jarabe de maíz de alta fructosa, jarabe de malta o maltodextrina) que se encuentra añadida a la mayoría de las fórmulas lácteas.

Por ser muy refinada ingresa fácilmente a nuestra circulación sanguínea llevando gran cantidad de energía a todo el cuerpo; es en el cerebro donde estimula la producción de dopamina, que produce placer a las células cerebrales. El cerebro del bebé guarda un recuerdo relacionado con todas las sensaciones experimentadas por el producto que lo llevó a ese estado placentero. Y es este recuerdo el que en un futuro hará constantes llamados a nuestra corteza cerebral invitándonos a experimentar nuevamente ese “estado placentero” o lo que coloquialmente expresamos como “se me antoja”.

Es en ese momento en el que el azúcar cumple su propósito, pues cuando “se me antoja” y vuelvo a consumirlo, se reafirmará lo bien que se siente comer o beber azúcar y a nuestro cerebro le apetecerá hacerlo una y otra vez, al grado de rechazar los alimentos que no contengan estos ingredientes. Esto les suena conocido? Efectivamente! El niño empezará por rechazar el seno materno y preferirá la formula con azúcar.

Una vez experimentado en repetidas ocasiones la producción de dopamina a nivel cerebral, la persona se ha convertido en “un producto diseñado para el consumo”. Los fabricantes de comida que adicionan azúcar a sus productos ya tienen un consumidor garantizado por el resto de su vida! Preferirá las papillas con azúcar, los cereales de caja, leches saborizadas, yogurt, y un largo etcétera.

México ocupa el primer lugar en obesidad infantil en el mundo; todos hemos escuchado la historia del niño que no quiere comer, aunque los padres siempre rectifican “si quiere comer pero solo…” y enumeran los productos con azúcar y harinas refinadas que el niño prefiere.

La DEPENDENCIA CRÓNICA al consumo de estos productos es, como en todas las adicciones, muy difícil de superar. Este país también es el segundo en obesidad en adultos en el mundo, solo después de Estados Unidos, principal productor y consumidor de estos alimentos. También todos hemos escuchado de los famosos” rebotes” experimentados por la persona que no hace consciente su adicción al azúcar y harinas refinadas y una vez que consiguió los objetivos de la dieta, regresa al tipo de alimentación placentera habitual y considera aburridos y “sin chiste” el consumo de frutas y verduras. Sería lógico pensar que si te sientes mejor, te ves bien con unos kilitos menos y mejoraste tu salud en general; podrías comer de esa forma EL RESTO DE LA VIDA, pero la adicción es muy poderosa y en la mayoría de los casos nos supera y regresamos a los hábitos alimenticios previos a la dieta.

No menos crudo es el caso de los más de 10 millones de mexicanos diabéticos, quienes a pesar de saber y experimentar las complicaciones de su terrible enfermedad (amputaciones, ceguera, insuficiencia renal) no pueden vencer el “antojo” y continúan con el consumo de azúcar casi siempre experimentando, después del placer cerebral de la dopamina, una pesada culpa o cargo de conciencia. Él sabe que está perdiendo la vista o la circulación sanguínea en sus piernas, o cualquier otra de las complicaciones de la diabetes, pero es una adicción que tal vez arrastra desde los primeros días de vida… pero no saben que es una droga y mucho menos que son adictos…