A veces no podemos con todo, y no pasa nada

El mundo en que vivimos se mueve a una velocidad extraordinaria, hasta el punto que cada día se convierte en una carrera de fondo en la que necesitamos conjugar velocidad, resistencia y aciertos, convirtiendo cada jornada en una misión casi imposible.

Esas exigencias – y a menudo también las autoexigencias – hacen que nos sintamos presionados. Queremos poder con todo. Estar a la altura de las expectativas – las propias y las ajenas. Hacer las cosas de manera perfecta. Tener éxito y ser felices. Y a veces, simplemente, no es posible.

Cansados de estar cansados

“La sociedad del cansancio”, así definió el filósofo Byung-Chul Han el mundo en que vivimos, una sociedad donde las personas “viven con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”. La angustia que proviene de pensar que todo está en nuestras manos y que no estamos haciendo lo suficiente.

En esa sociedad, la figura del explotador y el explotado se amalgaman y conviven en cada uno de nosotros. Como resultado, “ahora uno se explota a sí mismo y piensa que se está realizando”, afirmó el filósofo. «Cada cual lleva consigo su propio campo de trabajos forzados .

La máxima por la que nos guiamos es tan sencilla como inverosímil: hacer todo lo que se puede. Siempre. Y eso nos conduce a un estado de profundo desgaste – físico y emocional – hasta el punto que llegamos a sentirnos cansados de estar cansados.

Se trata de una experiencia abrumadora en la que no encontramos la salida porque una voz dentro de nosotros nos dice que tenemos que seguir – cueste lo que cueste – y otra nos ruega que paremos, porque ya no podemos más.

Llegados a este punto, hagamos lo que hagamos, saldrá mal. Porque no podemos concentrarnos, porque nos faltan las fuerzas y la motivación. Porque no tenemos energía ni ganas. Entonces perdemos el equilibrio y nos sentimos perdidos, atenazados por las punzadas de la ansiedad.

Y justo cuando pensamos que nada puede ir peor, ese cansancio cotidiano se convierte en un cansancio vital, como advertía el novelista Henning Mankell: “¿De qué está uno harto cuando no puede más? De la vida misma. Del aburrimiento. Del cansancio que se siente cuando uno se mira al espejo por la mañana”. Sufrimos un «cansancio del Yo».

Las personas perfeccionistas son más propensas a caer en esos estados de sobreexigencia debido a sus comportamientos inflexibles, demasiado exigentes y/o controladores. Estas personas suelen experimentar una gran presión que a la larga les genera sufrimiento.

De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Brock descubrió que las personas perfeccionistas son más propensas a sentirse mal y a quejarse de falta de sueño, cefaleas, dolores de espalda, trastornos digestivos, dermatitis y fatigas que aquellas que no lo son. Además, temen más al fracaso porque les preocupa mucho lo que los demás piensen de ellas, de manera que a menudo actúan en función de lo que creen que les gustaría a los demás y no según lo que quieren ellas mismas, lo cual genera un estado de insatisfacción y frustración que se autoalimenta.

Por supuesto, necesitamos parar mucho antes de llegar a ese punto. Necesitamos comprender que a veces no podemos con todo. Y no pasa nada. Que a veces todo nos puede. Y es normal.

La mente no tiene límites, el cansancio sí

Asumir que en la vida no podemos con todo – y tampoco es necesario que lo hagamos – es extremadamente liberador. Quien carga todo el peso sobre sus espaldas, antes o después necesita soltar lastre o correrá el riesgo de morir ahogado bajo esas exigencias y responsabilidades.

Es importante comprender que si hemos caído en ese estado de sobreexigencia, tomarse una tarde libre para desconectar, pintar mandalas para el estrés o practicar media hora de yoga al día no bastará ya que se trata de pequeños parches a un problema mucho mayor que necesitamos afrontar de una manera radicalmente diferente.

Debemos preguntarnos: ¿Cómo hemos llegado a ese punto? ¿Por qué creemos que tenemos que poder con todo? ¿Qué se esconde en el fondo de esa sobreexigencia?

A veces percibimos algunas tareas como urgentes o imprescindibles, pero en realidad no lo son. Debemos reflexionar: ¿es realmente tan grave que no lo haga? ¿Las consecuencias serán tan horribles? ¿Es la única alternativa posible?

Si la respuesta a estas preguntas es un “no”, debemos dejar de pensar en esa tarea como si fuera una cuestión de vida o muerte. Si nos da tiempo, estupendo. Si no nos da tiempo, no pasa nada. No merece la pena dejar de disfrutar de las cosas realmente valiosas y relevantes de la vida solo porque nos sobrecargamos de obligaciones irrelevantes que a veces incluso caen en lo absurdo.

Debemos asegurarnos de que lo “urgente” no desplace a lo importante. Nuestro objetivo final en la vida es ser felices, no cumplir con una lista interminable de tareas… Las tareas deben estar subordinadas a nuestros objetivos, por lo que no debemos cometer el error de confundir los medios con el fin. Por consiguiente, debemos aprender a decir “no”, a renunciar a cosas que no necesitamos y no querer abarcarlo todo.

También necesitamos aprender a perdonarnos, ser menos exigentes con nosotros mismos y practicar de vez en cuando la autoindulgencia. Si hemos tenido un mal día, si ha surgido un inconveniente o si no podemos con algo, no debemos vapulearnos, simplemente necesitamos aceptarlo como parte de la vida y seguir adelante. No somos perfectos. No podemos con todo. Y tampoco hace falta.

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