Inercia

El inicio del año nuevo es el momento idóneo para hacer una lista de propósitos; nos invade la idea de ser mejores, hacer ejercicio, dejar los malos hábitos o algunos vicios, perfeccionarnos en algún área del conocimiento, incluso reinventarnos.

Inventar es crear algo que antes no existía; reinventarse en consecuencia no es una tarea sencilla y siempre encontrará resistencia; crear una nueva personalidad implica una transformación profunda, significa la sustitución de valores y creencias, rutinas preexistentes, hábitos y costumbres fortalecidas por la repetición constante, inconsciente y continua.

Desafortunadamente, para el primer trimestre del año todo este ímpetu desaparece; la idea de innovarnos se debilita al confrontarla con los días cotidianos, las malas noticias, las dificultades financieras, los problemas laborales, los asuntos familiares y el propio ritmo apresurado de la vida.

Uno vive sumergido en un tipo de inercia, esa incapacidad para modificar nuestro estado de reposo o movimiento relativos, e incluso la dirección de nuestro movimiento, sin una fuerza externa que actúe sobre nosotros.

La fuerza de voluntad a menudo es insuficiente para vencer a la inercia.

Renunciar a un statu quo no es sencillo; no es como abrir una puerta y salir caminando a paso firme; por el contrario, es como saltar por la ventana de un edificio; como arrojarse de un avión en caída libre; pero uno no decide lanzarse al vacío de un día para otro.

Los cambios trascendentales necesitan un detonante; es necesario experimentar una crisis previa; detrás de un cambio radical hay una batalla interna, violenta y silenciosa.

Un día salté del vagón de un tren en movimiento, y viví para contarlo.

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