Maestros que inspiran

Este artículo está escrito desde la mirada de la eterna alumna que soy. Desde la intuición experimentada, por ser una maestra que ama lo que hace. Desde el “corazón de una madre” (aunque suene a título de canción).

Aún recuerdo al maestro que me influyó de manera determinante en mi vida. Con esta nueva perspectiva que dan los años y la experiencia educativa, cuando hablo de mi vida y las primeras decisiones tomadas, aparece en mi memoria la imagen de mi querido maestro y por fin ya encontré las palabras para definir lo que aconteció: “fue un maestro que me vio de verdad”. Se tomó el tiempo de conocer cuáles eran los intereses y talentos de sus alumnos/as y orientarlos/as buscando que fueran plenos/as y felices. Aunque era profesor de física no se quedó solo en su materia y contenidos programados, sino que supo transmitirnos una filosofía de vida y nos enseñó a pensar, a dudar y comprobar por nosotros mismos el conocimiento transmitido, en busca de la belleza que ofrece la verdad.

En mi caso, me ayudó a atravesar los miedos, a elegir mis caminos de vida con autenticidad y fomentó la confianza en mí misma.

Recuerdo que nos prestaba libros, música, trajo su telescopio y lo instaló en la azotea de la escuela para que viéramos las estrellas, nos llevó a acampar…¡tanto que agradecerle maestro!

Me gusta estudiar, aprender, tengo maestros de vida y académicos y actualmente mis mejores maestros son los que son ejemplo de coherencia. Admiro la paz que consiguieron con el ejercicio de su sabiduría y me mueven a actuar y hacer lo que me corresponda.

Un maestro/a que inspira necesariamente ama la disciplina que enseña y por tanto la comparte con pasión; pienso que antes era más fácil que el alumno/a admirara al maestro por su saber y por darse a los demás. Ahora, quizá la luz del fervor y vocación magisterial se pierde entre tantos estímulos de tan innumerables fuentes de información que nos rodean.

Pero en las escuelas y actividades donde hay un maestro/a con ganas de dar, siempre está latiendo la luz del conocimiento que se hace sabiduría al compartirlo con los demás.

Pregunté a mi hijo de 13 años: ¿qué es lo que más admiras de tus maestros/as? y me dijo que le gustan los maestros que tienen mucha cultura y que relacionan el tema con otras materias y que cuentan… cuentan historias de vida, de sabiduría, de experiencia. Es decir “comunican” y saben cómo hacerlo.

Como maestra me gusta mucho enseñar desde una conexión de amor.

Amo mi materia, pero también amo a mis alumnos/as. Siempre estoy en el camino de ser mejor, me reinvento cada día, me observo para ver si me sorprendo en algún prejuicio, hacerlo consciente y reeducarme. Siento es muy importante la mirada limpia hacia cada uno de mis alumnos/as. Enseñar arte es ser guía en el viaje hacia el interior de cada uno/a de mis alumnos/as y con asombro espero ver surgir la maravilla de la potencial semilla de alma creadora que es cada uno/a de ellos/as.

Quiero motivar, quiero tener sentido del humor y demostrar a mis alumnos que hay que lanzarse a la vida sin miedo.

Se vuelca toda el alma en esta labor, y aún así puede que no sea suficiente. Porque la creatividad y la habilidad comunicativa deben estar al máximo, y a veces hay un agotamiento físico y psicológico en este darse cada día.

Según el filósofo José Antonio Marina, 3 cosas son necesarias en educación: ternura y cariño, límites, comunicación.

Como madre, sé que la familia no es todo para mis hijos, necesitan salir al mundo y encontrar referentes, me encanta que tengan maestros/as a los/as que admiren, maestros/as que los animen a ser mejores cada día. Personas cercanas que los reconozcan y les den buenos consejos, que les enseñen a elegir bien sus metas. Motivo a mis hijos a encontrar sus maestros/as en libros, en personas que sobresalen en las disciplinas que practican.

Alguna vez leí que puedes saber el nivel cultural y de conciencia humana en los países donde moramos por cómo tratan a sus maestros/as.

No es fácil ser maestro, a veces andamos sumergidos en demasiadas labores administrativas, que nos quitan la frescura para crear y dar los giros necesarios y adaptarnos a cada situación y a cada persona.

Enseñar es un arte.

Empezar por sentir empatía, respeto y valorar al maestro/a sería uno de los primeros pasos para solucionar tantos conflictos sociales.

Invito a mis compañeros/as maestros/as y a mí misma a tomar conciencia del gran compromiso que asumimos pues, en mi experiencia, una palabra, una acción de un maestro/a puede perdurar en nuestro ser, dejar su huella. A veces para elevarte y animarte a alcanzar tus metas, y reconocer tus talentos, a veces para replegarte y quedarte en la inacción. Así de importante es esa mirada a la individualidad de cada alumno/a por parte del buen maestro/a.

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